ENTRE
COLUMNAS
Dignidad
Caribe
De vez en cuando, toda
sociedad vive situaciones que, aunque puedan parecer pueriles, despiertan ciertos sentimientos que, como el
patriotismo, el orgullo nacional o regional, mueven a las masas y las unifican
en torno a un ideal.
La nuestra, la región Caribe,
sintió hace pocos días uno de esos efectos, atado a un éxito deportivo.
No, no soy el mayor fanático
del Junior, casi nunca voy al estadio y ni siquiera me sé la alineación
titular, pero el día que la prensa bogotana dio por muerto a nuestro equipo,
sentí brotar de mi interior toda la furia de persona ofendida, lo que me hizo
vivir ese partido frente a Millonarios como si fuera la final del mundial.
Sin quererlo, y por
ignorancia, los periodista capitalinos activaron los sentimientos atávicos del
caribeño y sacrificaron a su equipo, pues se metieron, en palabras del
desaparecido Alvaro Cepeda Samudio, con “la querida de Barranquilla”; y no hay
costeño machista que acepte una palabra en contra de “la otra”
Pero mas allá de lo deportivo
o lo folclórico, se disparó la dignidad Caribe de toda una sociedad, que se
sintió menospreciada y despreciada o, mas bien, recordó el trato despectivo al
que ha sido sometida por la realeza paramuna.
Y traigo el tema a colación,
porque da lástima leer en la prensa local, los lamentos de nuestros políticos
ante el trato desigual que presupuestalmente se nos da, comparado con otras
regiones.
Son esos mismos políticos los
que, como en la tradición de La Alhambra, lloran como mujeres lo que no han
sabido defender como hombres, cuando ante el menor siseo cachaco, caen de
rodillas como si el mismísimo Dios hubiera bajado a regañalarlos.
Da grima ver como se ponen
nuestros líderes cuando tienen que presentarse ante las autoridades nacionales
o, tragedia de tragedia, reciben una visita de unos seres extraterrestres que
con el arma del acento y la corbata, los someten cual bebes ante sus madres.
Muchos hemos visto esas
reacciones tan deprimentes, y son pocos los políticos regionales que tienen el
suficiente valor y dignidad para enfrentarse de tu a tu con sus pares (si, sus
iguales, ni mas ni menos) de forma que hagan valer los intereses de toda una
región que, entre otras cosas, dio a todo el país acceso al mundo, cuando en
Bogotá y no hasta hace mucho, creían que Colombia terminaba en Zipáquira.
Pero no basta con lamentarse;
la cuestión es que hacer al respecto. Y para ello es necesario implantar
mecanismos educativos que le enseñen a nuestra juventud el valor real que
tenemos, nuestra participación en la historia patria y que además destaque a
aquellas figuras que, nacidas en nuestras ciudades y pueblos, han dado lustre
al nombre de nuestro país.
Y debe ser así, para que no
sigamos cayendo en el círculo vicioso de que somos colombianos cuando los
dirigentes interioranos pueden sacarnos provecho, pero de resto simplemente
somos los “corronchos desordenados” como de forma inmisericorde se nos trata en
los pasillos del poder nacional.
Aparte de ello, al formar a
nuestros futuros líderes, debemos enseñarles (aunque algunos ya son caso
perdido) a no padecer de ese temor reverencial que les embarga cuando tienen al
frente a esos majestuosos, honestos e incorruptibles funcionarios venidos de
tan cerca de las estrellas.
Porque debemos tener claro
que, aunque en el centro del país les cueste admitirlo, poseemos una historia y
un futuro que superan nuestro presente y que nos permiten aspirar, el día de
mañana, a que uno de nosotros sea quien dirija los destinos del País.
Que sea alguien que haya
vivido y sentido lo mismo que nosotros, que llore al ver los pueblos de sus
abuelos inundados e invivibles, y no simplemente un distante y anónimo
funcionario que, por simple ignorancia, deba buscar a nuestros pueblos en un
mapa y ni siquiera sepa distinguir un acento de otro.
Es allí donde la dignidad
regional debe salir a flote, para que sirva como carburante al motor de nuestra región, llevándonos a lugares
donde nuestros sueños y aspiraciones como sociedad, puedan hacerse realidad.
FABIAN VELEZ PEREZ
velezperez@operamail.com
enero 2012
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