domingo, 21 de julio de 2013

HÉROE DE ÉBANO

ENTRE COLUMNAS

HÉROE DE ÉBANO

En la época en que todavía muchos colombianos esperaban que algún día su radio fuera un Philips, las hondas hertzianas nos trajeron la noticia que un hijo del caribe, nacido en un pueblo desconocido para casi todos, había conquistado para Colombia un titulo mundial.

No era la primera vez que nuestros deportistas nos daban una alegría; en esos días, finales de 1972, ya el beisbol había conseguido dos campeonatos mundiales, teníamos medallas olímpicas y nuestros ciclistas ganaban cuanta prueba aficionada había en américa.

Sin embargo, ninguno de esos triunfos se grabó en la mente de todo nuestro pueblo como lo hicieron las victorias que, un árbol de ébano hecho hombre, consiguiera a punta de trompadas por todos los cuadriláteros del mundo.

Su nombre de pila, Antonio Cervantes, tal vez no diga nada, pero su nombre de combate, Pambelé, rememora toda una época de la historia deportiva de Colombia.

Para ese entonces, un televisor era un lujo que muy pocos podían darse, por lo que el radio era aun el centro de la sala familiar, punto de reunión obligado para escuchar las primeras batallas libradas por el nacido en San Basilio de Palenque.

Cuando Pambelé logro ser campeón mundial, la incredulidad que los seguidores del boxeo había sentido por su segundo intento de llegar al titulo, se convirtió en alegría desbordante cuando los narradores del momento, al borde de las lagrimas, nos contaban a través de un micrófono que este gladiador había logrado lo impensable: ser campeón mundial.

Pambelé se convirtió en el paradigma deportivo del momento, una persona del común que lograba salir adelante en una de las profesiones mas duras del mundo, en donde la sangre era sinónimo de victoria o derrota, donde el dolor era aceptado con estoicismo y el hambre era el aliciente que cada día te recordaba que, si no triunfabas, volvería a ser tu indeclinable compañera hasta tu muerte.

La carrera deportiva de Pambelé, que termino anticipadamente fruto del mal manejo de la fama y el dinero, le mostró a todo una generación que el éxito podía ser alcanzado, que había formas de salir adelante, y que si había que sangrar un poco en el camino, pues había que aceptarlo porque de otra forma, volverías a tu olvidado pueblo, a tu barriada miserable, donde vivirías el resto de tu vida tratando de conseguir la comida de cada día.

El hoy miembro del Salón de la Fama del Boxeo mundial, representó el viaje que, hacia la prospera Venezuela Saudita, emprendieron muchos colombianos del caribe, con la esperanza de labrarse un futuro para ellos y sus familias.

Eran lo tiempos en que cruzar hacia el país de los Bolívares era la esperanza financiera para muchos, cuando el sueño americano aun no era objetivo y cuando casi todas las familias de la costa esperaban que llegara diciembre para que los primos que venían del otro lado de la raya, vinieran a compartir el fruto de su éxito.

En ese ambiente social, los puños de Pambelé lo resumían todo: había viajado a Venezuela por necesidad, y a golpes, había logrado que la diosa fortuna lo acompañara, al menos por un tiempo.

Recordar los días en que Pambelé boxeaba, es ver a todo un pueblo alrededor de un radio o un televisor, presenciando un evento que para muchos, eran sus anhelos y deseos vividos a través de ese ídolo, de ese ser humano con el que se identificaban, por que lo sentían cercano, por que lo habían visto, por que lo habían conocido, por que habían recorrido las mismas calles, por que habían estado en los mimos sitios, por que hablaba igual que ellos… por que era uno mas de ellos.

Sus victorias fueron la alegría de todo un pueblo, sus derrotas, el lamento de toda una región y el recuerdo de su epopeya, la esperanza de todos aquellos a los cuales su origen les niega constantemente la entrada a la tierra prometida.

Dos generaciones después, su nombre sigue vigente por que simple y llanamente, muy pocos han logrado lo que él logró, de la forma que lo logro, y en las circunstancias que lo logró, y por qué al fin y al cabo, y en sus palabras, “es mejor ser rico que pobre”

FABIAN VELEZ PEREZ
velezperez@operamail.com

noviembre 2012

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