domingo, 21 de julio de 2013

EL SÍNDROME DE LA PAZ

ENTRE COLUMNAS

EL SÍNDROME DE LA PAZ

Síndrome, definido como el conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada, o como el conjunto de síntomas característicos de una enfermedad, es la mejor forma de describir algunas reacciones que se han suscitado, a raíz de la última carta abierta, dada a conocer por el grupo guerrillero subsistente en nuestro país.

Para poder entender esto, debemos remontarnos a mediados de la década de los 80, cuando el gobierno de turno asumió como bandera la Paz, y en un gesto unilateral, repartió amnistías y liberó presos, sazonado todo esto con una buena dosis de publicidad mediática, al punto de poner a todo el país a pintar palomas en calles, plazas, colegio y universidades.

Se nos dio a entender que con esos gestos, unos de perdón y otros de imagen, se conseguiría la Paz.

Y aunque ahora suene absurdo, ridículo e infantil el hecho de pintar pajaritos por doquier como solución a los problemas de la nación, muchos se convencieron, y por lo visto siguen convencidos, que la convivencia y armonía nacional se logran con las concesiones que ofrezca una sola de las partes enfrentadas.

No de otra forma se entiende que 15 años después, otro gobierno, hubiera llegado a la conclusión que para poder lograr la Paz, se debía ceder parte del suelo nacional para así, en un territorio sin Ley, lograr el respeto a la Ley, y por esa vía, la sana convivencia.

Eso nos demuestra que una de las características del anotado síndrome es la falta de memoria pues resulta sorprendente que, ante la evidencia de ambos casos culminando en desastre, pretendan ahora repetir la experiencia entremezclando dialogo y concesiones, sin que una de las partes, nuevamente, ponga nada sobre la mesa.

Esto nos lleva a pensar que otra característica destacable del anotado síndrome es la desaparición de la capacidad de medir las reales consecuencias de dichas concesiones  y la falta de equilibrio entre lo que se da y lo que realmente se nos ofrece a cambio.

Y antes que me toquen el hombro, es bueno señalar que en algunos casos los procesos de Paz si dieron resultados concretos, o si no miren quien es el alcalde de Bogotá, pero también se debe resaltar la ideología que imperaba en los grupos que se desmovilizaron.

El desaparecido magistrado Manuel Gaona Cruz, muerto en los hechos del Palacio de Justicia, al frente de una plaza llena de palomas, opinaba que para poder dialogar con los grupos guerrilleros debía entenderse primero cual era el objetivo político y militar de cada uno de ellos.

El sostenía que el M-19 era un grupo que quería acceder al poder sin acabar con el Estado, sino modificando algunas de sus estructuras, para así poder lograr sus objetivos sociales; tenía razón, pues los integrantes de este grupo que se acogieron a las políticas de reinserción, han participado con éxito en la política nacional, y en muchos casos han dejado una huella indeleble y sana en nuestra historia. Sobra decir que hay excepciones, pero son las menos.

En cambio, respecto del grupo aun vigente, decía que su objetivo era acceder al poder por la fuerza, acabando con el Estado y sustituyéndolo por otro modelo político.

La cuestión es que, si esa concepción ideológica no ha cambiado, no importara cuantas concesiones se hagan, ni cuantas facilidades se otorguen, pues el objetivo primario sigue siendo el mismo.

Entonces, cuando se escucha que, por enésima vez, se pretende usar a los seres humanos como elemento de negociación, se ve claramente que la concepción sigue siendo la misma, y que por tanto, el trato que se les debe dar no debe modificarse hasta tanto no se modifique de manera clara y expresa su norte ideológico.

Por lo tanto, mientras no se supere el síndrome de la Paz, y algunos sigan creyendo que se debe y se puede sacrificar a toda la nación en aras de las pretensiones de unos pocos, debemos ser cuidadosos, no sea que los cantos de sirena, entonando la Paz, vuelvan a adormecernos, y se nos lleve a un nuevo desastre como los arriba anotados.

Se puede volver al dialogo, pero sobre bases concretas, partiendo de unos requisitos mínimos para acceder a la mesa de negociación, sin concesiones absurdas y negando de principio la vida humana como moneda de intercambio, se deben fijar metas y etapas, con tiempos máximos de gestión, y sobre todo, se debe tener claro que es el Estado el que conduce la negociación, y no un invitado mas a la mesa.

De lo contrario, terminaremos, nuevamente, pintando pajaritos preñados.

FABIAN VELEZ PEREZ
velezperez@operamail.com


Enero 2012

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