ENTRE COLUMNAS
LA GLORIA LLEGA EN
BICICLETA
Hoy, cuando un colombiano reverdece los laureles del ciclismo
nacional, la maquina del tiempo instalada en mi cabeza me traslada 30 años
atrás y me hace paladear nuevamente la euforia por un deporte que, en principio
me era desconocido.
A principios de los años 80, siendo aún un niño, vivía en la ciudad de Bogotá;
lejos quedaba mi ardiente costa caribe y más lejos aún quedaban los triunfos de
nuestros boxeadores y beisbolistas, quienes ya figuraban a nivel internacional.
En la paramuna capital esos logros no eran muy reconocidos y eran visto
como algo distantes, lejanos y difusos; en pocas palabras, el altiplano
cundiboyacense no los sentía como suyos, como si pertenecieran a otro país, a
otro mundo.
Los héroes deportivos de esa región pertenecían a una disciplina
distinta y aunque compartían con mis primeros ídolos su origen de pobreza y
necesidades, eran mirados con mayor aprecio por el ciudadano común, el de
ruana, pues estos últimos se identificaban con ellos.
Era una época difícil, donde aún existía mucha discriminación, donde de Boyacá
se decía que solo producía tres cosas: Papa, policías y empleadas domésticas;
pero había algo más que esa tierra producía de forma natural, y eran (y son)
los ciclistas.
En ese entorno comencé a escuchar la radio y aprendí a conocer los
héroes que, montados sobre dos ruedas, hacían sonar el nombre de Colombia en las
carreteras del mundo, y aunque el mítico Cochise ya había partido a Europa, a mí
no me decía mucho, pues no viví sus triunfos.
En ese momento de mi vida, nuestros ciclistas eran vistos con respeto en
toda América latina y el Caribe; aun no se nos mencionaba en el norte y muy
poco en Europa, pero ya éramos asiduos visitantes exitosos en la Vuelta al Táchira,
Vuelta a Costa Rica, Rutas de México, Vuelta a Guadalupe, Vuelta a Martinica y
una muy especial: la Vuelta Chile, prueba que menciono porque fue en esas
tierras australes donde surgió el apodo que distingue a nuestros pedalistas, el
de Escarabajos.
Hacia 1982 ya me había convertido en un experto en materia de ciclismo y
además, toda la región vibraba con los triunfos de esos menuditos campesinos,
surgidos de las veredas mas desconocidas de los andes, quienes con sacrificio
lograban derrotar a figuras del ciclismo aficionado en toda competencia donde
se hacían presente. Carrera amateur que se respetara tenía que contar con un
equipo de escarabajos presto a dar el espectáculo en cuanto las carreteras se
inclinaran.
Mi corredor favorito era José Patrocinio Jiménez, oriundo de Ramiriquì,
y quien lideró la primera excursión colombiana al Tour De Francia, en 1984; el
viejo Patro, como le decían, ya había sido figura en pruebas aficionadas en
Europa y con Alfonso Florez, habían derrotado a las estrellas de Europa en
pruebas de una semana, pero ahora se enfrentaban a la máxima exigencia de las
pruebas por etapas, y en sus maletas llevaban las ilusiones de todo un pueblo.
En la región central, a los obreros de la construcción, desconozco porque
motivo, se les llama “rusos”, y ese era Patrocinio, un “ruso” que había
cambiado el palustre por una bicicleta y se había abierto camino por todo el
continente a punta de pedalazos.
Recuerdo perfectamente cómo se formó el equipo, como comenzaron a recorrer
carreteras del altiplano con el uniforme que los distinguía; recuerdo haber
visto pasar frente a mi colegio a un grupo de ellos, y como, en medio del
recreo de la mañana, todos los estudiantes suspendieron sus juegos para ver el fugaz
paso de los héroes de la bielas a quienes casi ni el rostro conocíamos, solo
sus nombres, porque aún eran los tiempos de la radio y la televisión era una
aventura por descubrir.
Y entonces viví, con muchos otros de mi generación, las carreras de
Europa; nuestros héroes se batían de tú a tú con las figuras mundiales. Si,
esos campesinos boyacenses y cundinamarqueses, santandereanos y paisas, que
apenas veían un micrófono saludaban a su mama, podían pelear carreras en
Europa, podían humillar a los ciclistas que considerábamos de otro mundo y lo
que era aún mejor, podían ganar, si, GANAR, en mayúsculas.
La victoria de Patro en el Tourmelet, la cima principal del Tour de
Francia de aquel año, encendió una euforia como nunca había vivido y que tal
vez nunca se vuelva a sentir de igual manera, pues hoy, con un compatriota
triunfando en carreteras de Europa, he revivido muchas de esas emociones, pero jamás
he vuelto a sentir aquellas sensaciones de despertar a las 6 am, prender el
radio y descubrir que un escarabajo estaba liderando la etapa, alcanzando la
gloria sobre una bicicleta
FABIAN VELEZ PEREZ
velezperez@operamail.com
julio 2013