domingo, 1 de noviembre de 2015

HUELLAS DE FUEGO

ENTRE COLUMNAS

HUELLAS DE FUEGO

Durante el transcurso de nuestras vidas, muchos acontecimientos que vivimos quedan grabados de forma indeleble en nuestra memoria; en algunos fuimos protagonistas, lo cual nos hace, aunque sea por un momento, vernos como héroes, en otros somos participes, y eso hace que nos sintamos orgullosos de haber sido parte de algo que consideramos importante y, finalmente, en otros somos simples testigos, guardando imágenes y sensaciones con la esperanza de trasmitirlas a quienes no estuvieron allí.

Ese ultimo tipo de acontecimientos son los que marcan de forma peculiar nuestra existencia, pues bien se dice que cada historia se cuenta según la percepción del observador, así que muy difícilmente habrá dos visiones iguales sobre un acontecimiento que marque un hito en la vida de una persona, un grupo, una sociedad o una nación.

En mi caso particular hay varias situaciones de las que fui testigo y que considero importantes tanto para mi como para mi entorno, pero hay una en concreto de la cual poco hablo, porque cuando los recuerdos llegan a mi mente, revivo de forma dolorosa los acontecimientos de aquel día, su triste noche y el espantoso amanecer.

Me refiero a lo acaecido los días 6 y 7 de noviembre de 1985, en plena Plaza de Bolívar, en lo que fuera el magno recinto de nuestro ordenamiento jurídico, el Palacio de Justicia.

No voy a entrar en detalles sobre lo que ahí paso, tampoco repartiré responsabilidades; básteme con contarles que aun retumban en mis oídos los disparos, los gritos, las voces del combate que ocurría a apenas una cuadra de de donde yo me encontraba; perduran en mi mente los rostros de angustia, el correr de la gente, y mi cuerpo revive la sensación de incredulidad primero, y de impotencia después.

Fui testigo de esos hechos, del acontecimiento como tal, y del posterior ambiente luctuoso que se vivió en toda la ciudad, donde las ambulancias recorrían las calles, llevando consigo a las victimas de la insensatez.

No se a cuantas salas de velación acudí, a cuantos deudos abracé ni cuantas lagrimas enjugué, pero lo que si tengo presente es que a partir de ese día mi visión del mundo cambió, mi percepción de la justicia se desvaneció y para siempre quedó en mi interior la certeza de la falacia del poder.

Aquel día marco el fin de la inocencia para muchos y el comienzo del dolor para otros, el final de una época para una sociedad y el inicio de un nuevo país para toda una generación.

Por eso ahora, cuando se aproxima el trigésimo aniversario de tan lamentable evento, los rostros de aquellos que conocí y que murieron dentro del palacio o como consecuencia de esos hechos, se abren paso entre todos mis recuerdos y se ponen en primera fila para así obligarme a rememorar los acontecimientos de esas fechas.

Y entonces, en contra de mi voluntad, reviviré la tragedia de unos seres humanos que con su muerte, marcaron a fuego mis principios y convicciones, dejando una huella imborrable en mi mente y en mi espíritu.

FABIAN VELEZ PEREZ
velezperez@hotmail.com
noviembre 2015


En memoria de DANTE FIORILLO PORRAS, JULIO CESAR ANDRADE ANDRADE y NURY GUTIERREZ DE PIÑERES DE SOTO.