ENTRE
COLUMNAS
HUELLAS DE FUEGO
Durante el transcurso de nuestras
vidas, muchos acontecimientos que vivimos quedan grabados de forma
indeleble en nuestra memoria; en algunos fuimos protagonistas, lo
cual nos hace, aunque sea por un momento, vernos como héroes, en
otros somos participes, y eso hace que nos sintamos orgullosos de
haber sido parte de algo que consideramos importante y, finalmente,
en otros somos simples testigos, guardando imágenes y sensaciones
con la esperanza de trasmitirlas a quienes no estuvieron allí.
Ese ultimo tipo de acontecimientos son
los que marcan de forma peculiar nuestra existencia, pues bien se
dice que cada historia se cuenta según la percepción del
observador, así que muy difícilmente habrá dos visiones iguales
sobre un acontecimiento que marque un hito en la vida de una persona,
un grupo, una sociedad o una nación.
En mi caso particular hay varias
situaciones de las que fui testigo y que considero importantes tanto
para mi como para mi entorno, pero hay una en concreto de la cual
poco hablo, porque cuando los recuerdos llegan a mi mente, revivo de
forma dolorosa los acontecimientos de aquel día, su triste noche y
el espantoso amanecer.
Me refiero a lo acaecido los días 6 y
7 de noviembre de 1985, en plena Plaza de Bolívar,
en lo que fuera el magno recinto de nuestro ordenamiento jurídico,
el Palacio de Justicia.
No voy a entrar en detalles sobre lo
que ahí paso, tampoco repartiré responsabilidades; básteme con
contarles que aun retumban en mis oídos los disparos, los gritos,
las voces del combate que ocurría a apenas una cuadra de de donde yo
me encontraba; perduran en mi mente los rostros de angustia, el
correr de la gente, y mi cuerpo revive la sensación de incredulidad
primero, y de impotencia después.
Fui testigo de esos hechos, del
acontecimiento como tal, y del posterior ambiente luctuoso que se
vivió en toda la ciudad, donde las ambulancias recorrían las
calles, llevando consigo a las victimas de la insensatez.
No se a cuantas salas de velación
acudí, a cuantos deudos abracé ni cuantas lagrimas enjugué,
pero lo que si tengo presente es que a partir de ese día mi visión
del mundo cambió, mi percepción de la justicia se desvaneció y
para siempre quedó en mi interior la certeza de la falacia del
poder.
Aquel día marco el fin de la
inocencia para muchos y el comienzo del dolor para otros, el final de
una época para una sociedad y el inicio de un nuevo país para toda
una generación.
Por eso ahora, cuando se aproxima el
trigésimo aniversario de tan lamentable evento, los rostros de
aquellos que conocí y que murieron dentro del palacio o como
consecuencia de esos hechos, se abren paso entre todos mis recuerdos
y se ponen en primera fila para así obligarme a rememorar los
acontecimientos de esas fechas.
Y entonces, en contra de mi voluntad,
reviviré la tragedia de unos seres humanos que con su muerte,
marcaron a fuego mis principios y convicciones, dejando una huella
imborrable en mi mente y en mi espíritu.
FABIAN
VELEZ PEREZ
velezperez@hotmail.com
noviembre 2015
En memoria de DANTE FIORILLO
PORRAS, JULIO CESAR ANDRADE ANDRADE y NURY GUTIERREZ DE PIÑERES DE
SOTO.