lunes, 18 de agosto de 2014

TRAEME UN PAQUITO

ENTRE COLUMNAS

TRAEME UN PAQUITO

Una alternativa en mi vida profesional ha sido el ejercicio de la docencia y en esa noble practica, he percibido el declive del habito de la lectura en las nuevas generaciones, razón por la cual, en muchas ocasiones he divagado respecto al cómo, cuando y donde surgió en mi, dicho habito.

Ese libre recorrido por el universo de los recuerdos me ha llevado siempre al mismo destino como punto de origen: los paquitos. 

Recuerdo mucho el entrar al almacén Sears en mi natal Barraquilla y, mientras mis padres hacían compras, llegar al mostrador de revistas, debajo de las escaleras eléctricas, para revisar las últimas publicaciones. Había un empleado, que no podía hablar, cuya única misión era evitar que uno leyera las revistas antes de pagarlas, y siempre señalaba un aviso que rezaba la prohibición de leerlas antes de comprarlas.

El término, ya en desuso, hacía referencia, a cualquier tipo de publicación de historietas en formato de revista,  algunas de bolsillo, que se vendían en cualquier tienda de barrio, en puntos de venta callejera, e incluso en librerías acreditadas. Investigando para esta nota, me encontré que en todo el Caribe se utiliza indistintamente el término paquito o paquin.

Al trasladarse mi familia a Bogotá, descubrí que el termino Paquito, no era conocido en el interior del país, y siempre tuve la inquietud de saber a qué hacía alusión. Solo ahora llego a descubrir que paquito y su sinónimo paquin nos vienen de México, siendo cada  una el nombre de una publicación de historietas, editadas desde mediados de los 30 hasta finales de los años 50.

Paquito y Paquin eran dos revistas que competían por el mercado de tiras cómicas del país Azteca, logrando tal auge que se hicieron conocer en todo el Caribe y las Antillas. Así, en Nicaragua, El Salvador y Puerto Rico son Paquines, mientras en Colombia y República Dominicana son Paquitos, dependiendo en cada caso, de cuál de las dos revistas rivales colonizo el mercado local.

Ese dato, me llevo nuevamente a divagar respecto del por qué en nuestra región adoptamos el nombre de una publicación especifica como designación genérica de un tipo de revista y sin mayor dificultad, saltó a la vista el hecho de haber sido Barranquilla, en la primera mitad del siglo XX, un puerto importante del Caribe, y no, como ahora, una ciudad de la periferia andina, lo cual ya será tema para otro escrito.

Volviendo a lo del hábito de lectura, los famosos paquitos se convirtieron, para por lo menos dos generaciones, en el primer contacto con la lectura, una lectura ligera que permitía que, sin mayor esfuerzo, cualquier persona, simplemente sabiendo leer, accediera al universo de la fantasía.

Los había de todo tipo: desde los clásicos de DISNEY, hasta algunos que hoy serian impensables, ya que rebajaban  la guerra y sus horrores al nivel de tira cómica, aunque con mucha pulcritud; de estos últimos recuerdo TRINCHERA; los había de terror como DOCTOR MORTIS, o de aventuras como ARSENIO LUPIN o FANTOMAS.

Por nuestra condición de puerto, nos llegaban muchas publicaciones extranjeras y en ocasiones, en el centro de la ciudad, se podían conseguir paquitos mexicanos, en donde aparecía CAPULINA en versión tira cómica; además, también desde México, nos llegaban los héroes de MARVEL COMICS, los cuales eran desconocidos en nuestro país, pero que no tenían secretos para los caribeños que veíamos, en los barcos que surcaban el Caribe, un puente de comunicación con las Antillas y el gran golfo, en donde las revistas de origen norteamericano circulaban fluidamente.

Mención aparte merecen los paquitos de KALIMAN, TAMAKUN o ARANDU, héroes de la época de oro de la radio (otro tema para pensar), llevados al papel con una maestría impresionante, con unos diálogos de altura y con un contenido ético y moral que hoy se antoja increíble, inculcando principios a los jóvenes lectores, a partir de una simple tira cómica; finalmente recuerdo los clímax de lo absurdo, como VAMPIRELA, la historia de una mujer vampiro interplanetaria, ataviada casi siempre con sugestivos atuendos, que hoy estarían clasificados para mayores de edad.

A estas alturas, amigo lector, si usted es mayor de 40 años, debe estar recordando, con una sonrisa en los labios, aquellas tardes, después de clases, en que con avidez se sentaba a leer el ultimo paquito que llevaran a su casa, desconectándose por media hora del mundo real, que era lo más que podía tardar un niño en devorar un paquito, para viajar con KALIMAN al Tíbet, con TAMAKUN a la India o ayudar al TIO RICO Mc PATO a cuidar su fortuna.

Pero, antes de terminar, debo aclarar el por qué del título de esta columna: En ese entonces, década de los 70, mi padre era funcionario judicial y era jornada habitual de la administración de justicia la mañana del sábado. Siendo que los juzgados quedaban en el centro, muy cerca de los sitios mas populares de ventas de revistas, le era muy fácil salir de la oficina y, antes de ir a la casa a almorzar, pasar por esos depósitos de fantasías, así que, sabedor de dicha facilidad, a media mañana, sin colegio sabatino, lo llamaba a su oficina para decirle: “Papa, tráeme un paquito”


FABIAN VELEZ PEREZ
velezperez@operamail.com

AGOSTO 2014